El futuro a la vida.

Junto al río, por primera vez, se cruzaron sus miradas. En el silencio de la noche, el brillo de las estrellas sobre el agua en calma y cristalina, le permitieron ver la profundidad de sus ojos color café, que gritaban serenos, como quién está a punto de tirar la toalla, la necesidad de salir de las ataduras de quiénes no entienden que la vida es libre y el ser humano más. Fue ahí, en ese preciso momento, cuando ambos, Samira y Yassir, supieron que su vida ya no tendría sentido sino conseguían seguir mirándose cada noche a los ojos. 

Decidieron repetir aquél acontecimiento, día tras día, esquivando las miradas de quiénes juzgaban a dos jóvenes que comenzaban, sin compromiso aparente, a verse cada vez más. Se dejaron llevar, asumiendo que en sus planes esto nunca antes habría cabido, superando cualquier limitación humana fruto de una cultura obsoleta, entendiendo que la pasión es el fruto necesario que precede al vivir con mayúsculas. Nunca antes nadie les había  permitido sentirse así, dueños de sí mismos, valientes y libres; tanta era su sorpresa, que nunca más nadie volvió a verlos pasear por esa orilla.

Abandonaron la ciudad, entre gritos de pobreza, entre bombas a punto de estallar, entre quiénes no entenderían que dos personas pudieran amarse sin ataduras; abandonaron su país buscando encontrar un lugar en el que poder ser, en el que la dignidad humana estuviese por encima de cualquier otra cosa. Decidieron salir de Siria, huir, dejar atrás el dolor de tantos años, la perdida de tantos cuántos han querido proliferar, dejando que el miedo los acariciara y la soledad comenzara a abrazarles.

Caminaron los dos solos, o eso pensaron, pues en el interior de Samira ya había comenzado a gestarse el milagro de la vida.

Fugitivos de la pandemia de su historia, recorrieron siete meses de camino con la una única ilusión de llegar algún día a España, alcanzar el sueño europeo, conocer la vida de occidente y dejar por fin de vivir la injusticia, el desamparo, el hambre y la falta de paz. Sueños vivos del que ya no tiene nada que perder, sueños rotos del que llega a puerto, si lo consigue, y otra vez se vuelve a encontrar con nada.

Consiguieron esquivar el muro que separa, la antesala del que apunto está de tenerlo todo. Samira pudo esconderse entre la maleza, arrastrar su cuerpo mientras apretaba con fuerza, por luchar la vida, el lugar que se había convertido en templo, el misterio que ante su sorpresa fue creciendo poco a poco, las entrañas que ya le empezaban a doler, la ternura hecha carne, a su niño o a su niña. Yassir sin embargo, fue arrestado y separado del amor, llevado al lugar del que le costaría salir, a la prisión de la soledad, a la celda de la desesperanza, a la ausencia de su vida, pues su vida era ella y lo que su cuerpo acogía.

Recorriendo las calles de Ceuta, su sorpresa era mayor cuando la gente la miraba, no sabía si reían o se escandalizaban, pues los rostros estaban cubiertos con mascarillas, azules en su mayoría; no entendía el idioma, no sabía preguntar, alguno incluso llevaba guantes… Entre música estridente de Navidad, luces parpadeantes y grupos reducidos de gente; Samira comenzó a sangrar, había apretado con tanta fuerza que su pequeño ya no aguantaba más. Quería pedir ayuda, gritar con fuerza que buscaran a Yassir, pero el frío del invierno, la había dejado apenas sin voz. Solo podía llorar de dolor, de soledad, de miedo, de angustia, de desconsuelo...

Cayó al suelo, como se caen las hojas en otoño, despacio y sin prisa; los transeúntes dejándose llevar por la rutina de las prisas, abarrotados de regalos, algún gorro de Santa Claus y sonrisas camufladas en FPP2, ignoraban la desdicha de la joven que iba a traer futuro al presente.

Cerca de las once de la noche, una pareja corría queriendo llegar a casa antes del toque de queda, a prisa, brazos abiertos, riendo a carcajadas y celebrando que por fin habían podido volver a casa, que su vuelo no se había cancelado y que su familia estaba bien. Ajenos a tantas realidades, pletóricos por estar vivos, pasaron a centímetros de Samira. La joven, de ojos azules, frenó en seco, el ruido se tornó en silencio y la risa se apagó de sopetón. El joven la miraba aturdido, pues sus ojos no se habían percatado de lo que estaba pasando, pero la sensibilidad humana, siempre dispuesta y atenta, zarandeó los corazones de ambos y sin pensarlo dos veces, cayeron de rodillas frente a la que gritaba en el dolor que la vida estaba asomando a la tierra.

La joven agarró la mano de Samira, fría pero cálida, firme pero temblando; ninguna de las dos hablaba el idioma de la otra, pero hay un lenguaje capaz de superar la falta de entendimiento, el encuentro entre los ojos color café y el azul intenso de una mirada que acababa de poner rostro a los olvidados del mundo, abrió paso al lenguaje del amor, de la fraternidad. Entre gritos desgarrados y lágrimas en los ojos, el milagro se hizo vida, el llanto de un bebé recién nacido silenció el dolor, disipó el ruido de los villancicos, acabó con el devenir de la gente que ajena a todo volvía a sus casas.

Al mundo había llegado el futuro del que tiene toda la vida por delante; Esperanza la llamaron.

La ambulancia llegó, los jóvenes se marcharon llenos de luz, Samira se fue con Esperanza, la que nunca le había faltado y que ahora acompañaría toda su historia.

Esperanza, la que haría que buscarlo a Él, siempre, aunque costase, tendría sentido.

Porque esa noche, aunque separados, el miedo salió corriendo y la soledad no fue capaz de entrar por la puerta. Porque esa noche, la Esperanza llegó a sus vidas para abrazarlos y acariciarlos. 

Y sus vidas… ¿Qué será de sus vidas?





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