Y de repente, todo cambia.
Vuelvo a verte y de repente todo cambia; desestabilizas cada punto y final que marqué en nuestra historia, acabas con la seguridad de no querer saber nada más de ti, derrotas a mis barreras y das la bienvenida al deseo de tenerte de nuevo cerca; y eso que ahora no puedo ver la curva más peligrosa que se genera entre tus hoyuelos, pues tu rostro va cubierto por una mascarilla. Tu pelo color carbón asoma tímidamente entre el gorro de lana, que seguramente tu abuela, la de manos arrugadas y cansadas, por el esfuerzo de sacar adelante a una familia entera, ha tejido queriéndote resguardar del frío, el mismo que llegó a mi vida cuando no conseguimos entrelazar nuestros caminos y dejarnos llevar, sin estridencias, a salir de la rutina. Cada uno de tus rizos golpean suavemente tu frente, acompasados a la velocidad de un viento que abrasa pese a estar a menos cero grados. La nieve se desliza por tu cuello y dentro de mí nace la envidia de no ser yo quien te acaricie. Me muero de ganas de