Pequeñeces.

La velocidad de un abrazo,
capaz de abarcar ciudades,
de romper distancias,
de acortar caminos.
La velocidad de una sonrisa,
que se esboza en unos labios,
que no se cansan de llamarte por tu nombre.
La velocidad del que mira,
conmovido tantas realidades.
La velocidad de un te quiero,
tímido, pero contundente.
La velocidad de un estoy contigo,
me quedo.
La velocidad del que enciende una vela,
para acercar la luz al mundo.
La velocidad del que comparte,
para llenarle la vida a otros.
La velocidad de la lluvia que moja,
a quién baila bajo ella.
La velocidad de las olas del mar rompiendo en la base,
de quién busca empaparse de su calma.
La velocidad del que no se atreve,
pero por dentro lo vive.
La velocidad del que se abajó,
para en su gesto,
con agua, toalla y un lebrillo,
recordarnos la importancia del servicio.
La velocidad del que sueña.
La velocidad propia,
la de tantos,
Tú velocidad.

Abres los ojos, un nuevo comienzo, oportunidades, también ahora; aunque quizás cueste verlas, aunque no sean oportunidades físicas, de tú a tú y se entrometan pantallas.
Pero aún así, cada día, de nuevo, aparecen, están ahí, incontrolables, dispuestas a tocarte por dentro, a cambiar el ritmo, a convertirse en velocidades.

Oportunidades que superan espacio y tiempo, oportunidades que generan velocidad.

Y es que, en las velocidades nos jugamos mucho, tanto… Pero solo si somos capaces de entenderlas, no como un ritmo frenético, sino como aquello que nos genera movimiento, cambio de posición respecto a un tiempo, activa y pone en marcha.

Quizás no sea casualidad que la velocidad implique escaso tiempo, que la velocidad de una acción se mida en milésimas, que la velocidad del comienzo de un acto que te cambia sean microsegundos, casi a veces imperceptibles. Porque ahí, en esas pequeñeces, te la juegas.

Es en ese jugártela dónde si no estás atento se te escapa la vida o por el contrario donde se te llena. Es en ese jugártela dónde vas, si estás atento, a crear la base, los cimientos, el poso; aquello que estabilice tu vida cuando la tormenta arrecie.

Pequeñeces que nos cambian la vida, que se adhieren a nuestro ser más profundo, a la memoria que no se olvida, pequeñeces que nos revolucionan por dentro.

Vive atento, también ahora, a la infinidad de pequeñeces que la vida te presenta.




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