Perfectos.
Perfectos, seamos
perfectos.
Para que así, todo
reluzca,
y el sol brille con más
fuerza.
Las nubes se disipen
del cielo,
con un filtro que todo
lo esconde.
Las margaritas crezcan
a raudales,
para que a todos,
al deshojarlas una a una
nos salga Sí;
y si sale No,
arranca otra,
total hay millones.
¿Has llorado?
Niégalo, recuerda los
hombres nunca lloran,
¿y las mujeres?
ponte gafas de sol,
grandes;
y si te preguntan,
di que no has tenido
tiempo para maquillarte.
No hables de lo de
dentro,
tus preocupaciones te
hacen imperfecto,
no muestres que te
duele,
quédate en la
superficie,
elige otra nueva
máscara
y prepárate para el
desfile de fachadas.
Y si te encuentras con
alguien,
que no lleve gafas de
sol,
que no haya elegido
máscara,
que haya derrumbado la
fachada
y enseñe los cimientos,
si lo encuentras,
¡huye!
Porque Alguien,
capaz de mirar con otra
mirada,
lo ha convertido en
perfecto,
lo ha enseñado a
amarse.
Porque es su manera, la de ese Alguien, encontramos lo que
nos hace perfectos; pero no
entandamos perfectos como poseedores de lo mejor, verdades absolutas, cánones
de bellezas, intactos… Sino un perfectos porque todo lo que hay en nosotros nos
hace muy adecuados para un determinado fin –una de las acepciones encontradas
en el diccionario-, porque ese ser perfectos nos conjuga, nos hace concordar
con tantas más historias de las que podemos imaginar.
Un perfectos que es invitación a querer lo que por dentro
nos brota, a querer aceptar lo que por dentro soy, a querer aceptar lo que me
duele, lo que me rompe, lo que me avergüenza, lo que me hace daño, y por
consiguiente aceptar también mis logros, lo que me construye, mis capacidades,
mis habilidades y dones, mis satisfacciones… porque en la aceptación de todo lo
que soy, en la intersección entre ambos extremos, nace la
humildad.
Y nuestra sociedad, quizás hasta ahora, carecía de ella.
Porque a todos nos gusta sentirnos reconocidos, aceptados, valorados… y por eso
en consecuencia y previo aviso actuamos de puntillas, sin dejar que nada ni nadie
nos roce, nos rompa el disfraz o nos quite la careta. Porque parece que
equivocarse nos hunde. Se nos olvidó que “de los errores se aprende” o aquello
de “equivocarse no es malo, nos da la oportunidad de repetir y soñar la
historia hasta que vuelva a pasar”, o aquello de “equivocarse es de humanos”…
quizás nos estamos deshumanizando y ya ni equivocarnos podemos.
Por eso, Alguien, llega a ti y te desestabiliza, te mueve la
cuerda que parecía estable y en la que caminabas barbilla alta como el mejor
equilibrista del circo; y te caes, y piensas que todo se va a volver negro y
oscuro porque han mirado tu verdad… pero de repente ves que se encienden luces,
que hay fuegos artificiales por todos lados, porque ese Alguien que te encontró
no quiere más que quererte y para querer de verdad, hay que aceptar la
historia, la propia historia, toda tu historia. Y Él ya la ha aceptado.
Ahora te toca a ti, solo tienes que mirarle y mirarte, solo tiene que quererte y por qué no... quererle.
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